Lo primero que advertí fue en pensar, habiendo tanto por hacer y poco tiempo para malgastar.
Saqué a mi cabeza a dar un sigiloso paseo en círculos, con idas, venidas y saltos mortales que me dejan absolutamente mal parado ante los ojos de mi obsesión por manejar mis días.
Intentaba incorporarme cuando advertí el cosquilleo en la planta de los pies que todos los días me recordaba que me estaba, nuevamente, balanceando sobre la cuerda de mis miserias.
El panorama y la perspectiva a mi alrededor haría que cualquiera evadiera mis direcciones: Abajo, las marcas de tropiezos del día anterior me rogaban no volver a caer.
Arriba, todas las miradas que deje pegadas en el cielo que, supuestamente, compartíamos y finalmente, era lo último que teníamos en común.
Atrás, un camino hecho de promesas que fueron quedando para dar de comer a los pájaros, esos que se alimentan de balas perdidas y limosnas despreciadas.
Al mirar hacia delante, el destino a carcajadas me hacia elegir entre su mano izquierda y su mano derecha, cual diestra y siniestra. En una de ellas estaba la facultad de tomar su lugar, de ser yo quien decidiera por el. La otra estaba vacía.
Era imposible dormir pensando que cuando el sol saliera y me hiciera abrir los ojos, tendría que elegir una mano, como todos los días de mi vida, y llevaba 25 años despertando, 25 años eligiendo, 25 años de manos vacías…
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